7.1.08

Saqueadores

El suplemento El País Semanal publicó ayer un artículo de Javier Marías titulado Tiempos saqueadores. También lo ha colgado en su weblog. Pero, como tiene cerrados los comentarios peor para él: le contesto aquí, en el mío, donde puedo andar en pijama y pantuflas y poner los pies encima de la mesa.

Comienza Marías advirtiendo que ese artículo ya lo publicó hace muchos años, y que en el diario El Mundo ya se lo fusilaron con anterioridad (el hecho de que El Mundo se interesase por publicarlo puede dar una idea de la ideología recogida en dicho artículo, añadiría yo).

El caso es que el señor Marías está indignado con el revuelo que se ha armado recientemente con la aprovación de las nuevas tarifas del cánon compensatorio, y la extensión de dicho cánon a nuevas categorías de dispositivos electrónicos, como discos duros, impresoras, o teléfonos móviles. De todas formas, como ya he hablado aquí muchas veces sobre el cánon e imagino que ya sabéis que me pisa las tripas, esta vez tomaré un enfoque distinto.

Dice el señor Marías:
Todos estamos de acuerdo en que sería una tragedia que, por el capricho o la codicia de unos herederos remotos de Cervantes o de Bach, no pudiéramos leer el Quijote o escuchar las Variaciones Goldberg [...]. De ahí, por tanto, que las obras de arte, transcurridos setenta años de la muerte de sus creadores [...], pasen a ser “del dominio público” [...]. Ahora bien, conviene recordar que esta práctica es una anomalía y una excepción, en gran medida una injusticia.
La primera en la frente: el señor Marías considera una injusticia que quinientos años después de la publicación del Quijote podamos leer el Quijote sin tener que pagar derechos de autor a los herederos de Cervantes (que tanto han hecho por la literatura en particular y por el mundo de la cultura en general, como todos sabemos).

Pero sigue:
El resto de las personas deja en herencia lo que posee sine die, sin límite alguno de tiempo, para que lo vayan recibiendo no sólo sus hijos y nietos, sino todos sus descendientes, por lejanos que sean. Muchas fortunas provienen no ya de lo que atesoraban los padres de los propietarios actuales, sino sus tataratatarabuelos. Las tierras, los negocios, las fábricas, los muebles, los cuadros, por supuesto el dinero, los pisos, los edificios, las acciones, todo eso se transmite de una generación a otra y nunca –ni a los setenta ni a los quinientos años– pasa a ser “del dominio público”. [...] también el zapatero lega su zapatería, el panadero su panadería, el terrateniente sus fincas, el banquero su banca, el especulador inmobiliario sus inmuebles, y así todos los profesionales.
El señor Marías comete aquí su segundo error de concepto (error muy extendido, por otra parte, y difundido hasta la saciedad por las sociedades de gestión de derechos de autor): confundir ideas con bienes materiales. ¿O acaso está comparando heredar una zapatería con heredar los derechos de autor del Quijote? ¿acaso es lo mismo la cultura que los negocios? (ooops, retiro la pregunta).

La respuesta a esa falacia es más que conocida: las ideas se pueden copiar. Las zapaterías no. Por yo te puedo pasar una idea y seguir teniendo esa idea en mi cabeza, pero no te puedo traspasar una zapatería y seguir teniendo yo una zapatería. De todas formas podemos ir más lejos. El señor Marías empieza liándola, barajando el concepto «derecho de autor» con el de «copyright».

Para empezar, la expresión Propiedad Intelectual no se utilizó por primera vez hasta 1845 (y aún faltaban muchos años hasta que se empezó a legislar acerca de ella, por no hablar de los derechos de reproducción o copyright). Por lo tanto, dudo mucho que los herederos de Cervantes o el propio Manco de Lepanto anden revolviéndose en sus tumbas por este motivo.

Por otra parte, quien hereda una zapatería tiene dos opciones: o traspasarla, o seguir con el negocio. Si la traspasa, puede que gane una pasta (o no), y luego esa pasta se la funde (o se la deja en herencia a los siguientes). Aunque si decide seguir con el negocio deberá currárselo tanto o más que su padre para sacarlo adelante. Deberá seguir innovando para conseguir hacer zapatos mejores y más baratos que los de la competencia.

De manera artificial, bajo mi punto de vista, desde finales del siglo XIX se ha intentado hacer lo mismo con las obras de arte, permitiendo que se hereden los derechos de autor. Los herederos de los derechos pueden traspasar sus derechos o quedárselos. Si los traspasan, ganan una pasta (o no), y luego esa pasta se la funden, o se la dejan en herencia a los siguientes. Peeeeeero amigo, si deciden quedarse los derechos, pueden pasarse el resto de la vida tocándose la pera sin dar golpe, (y eso si no les da, crucemos los dedos, por «innovar» o «mejorar» la obra de sus antecesores, porque lamentablemente, el talento no se hereda).

Continúa Javier Marías (negritas mías):
Al escritor, al músico, al pintor, al cineasta, se les impone un plazo difícil de justificar [...]. Pero, como también son ciudadanos que deben pagar sus alquileres y el colegio de sus niños, la cesta de la compra y la ropa que se ponen, están siendo objeto de una discriminación descomunal.
Y sigue pataleando:
Pululan por ahí ideas muy “bonitas” pero completamente injustas y erróneas. “La cultura es de todos”, se oye a menudo, sobre todo en boca de los consumidores, que en realidad están afirmando que la cultura es gratis. Y no, las creaciones culturales son de quienes las hacen, y ya es mucho que no puedan serlo también de sus descendientes.
Obviamente, las creaciones culturales son de quienes las hacen, y no de sus herederos, por la sencilla razón de que no son sus autores. Pero sigamos leyendo, porque aquí es cuando se lía la manta a la cabeza y piensa «de perdíos al río»:
¿Y ustedes creen que dedicaríamos tanto esfuerzo si nuestras obras pasaran a ser “del dominio público” inmediatamente, si nuestra propiedad intelectual dejara de existir de hecho al instante y no sacáramos un euro de nuestras invenciones? Yo, la verdad, no escribiría una línea.
Señor Marías, tiene usted, en mi opinión, dos opciones.

La primera opción es mantenerse en sus trece, erre que erre, insistiendo en que la profesión de escritor (o la de pintor, o la de músico, o la de autor en general) es igual a las demás, y que sus frutos no son más que mercancías transmitibles de padres a hijos. En ese caso, aténgase a las consecuencias, porque al igual que se lo diría a cualquier otra persona (un abogado, un electricista, un informático), se lo digo a usted: si no puede ganarse la vida haciendo lo que hace, cambie de profesión. Le recomiendo, por ejemplo, levantarse cada día a las seis de la mañana para subirse a un andamio hasta la puesta de sol. Cuando se muera, siempre podrá dejarle el andamio a sus herederos para que se ganen la vida.

La segunda opción que tiene, señor Marías, es admitir que la profesión de creador está en un plano distinto a las demás. Que alguien capaz de pintar un cuadro o escribir una canción que conmueve el alma de quienes la escuchan o lo contemplan no es sino un ser afortunado y un privilegiado. Que la difusión de sus obras beneficia a la humanidad y que, por tanto, cualquier intento de limitar su difusión (ya sea mediante DRM, cánon o leyes absurdas) no es sino ir en contra de usted mismo y de los que le admiramos.